4 ago 2009

// Biketour San Juan - Invierno 009 (2da. parte)

Ya les conté como llegué hasta Villa Unión (ver 1ra. parte).

Luego del medio día, continué por la RN nº 26 hacia Talampaya, que se encuentra a 60 Kms. al sur de la localidad visitada, con la idea de acampar y hacer la primera excursión de la mañana. Me detuve unos minutos para picar un poco de pan con queso junto a uno de los tantos santuarios del Gauchito Gil, sólo que a éste le habían ofrendado un Cd de electrodance.

Ya de noche ingresaba al PN por un oscuro camino pavimentado de 14 Kms. Sólo me orientaban algunos focos al fondo mientras la linterna de la bici se proyectaba un metro adelante sobre el asfalto. El frío de la noche se hacía sentir y la diafanidad del cielo era sorprendente.

Al llegar al buffet me recibió un encargado que estaba de guardia, quien me informó sobre las excursiones y me cobró una tarifa simbólica de permiso de acampe. Antes de retirarme compré una caja de jugo natural de uva torrontés tan delicioso que se me volvió adictivo.

Me llamó la atención que todo el predio depende de generadores de electricidad a combustible para funcionar.

Armé la carpa y aproveché para tomar una ducha caliente. Afuera el frío era tan intenso que debí cocinar dentro de la misma.

La mañana se presentó tan fría como la noche. Los motores de las combis y los diálogos entre choferes me despertaron sabiendo que faltaba poco para la primera excursión. Desayuné algo y salí a abonar la entrada al parque para luego contratar la excursión larga hasta Los Cañones, de 4 horas de duración.

Subí a la combi junto con un lindo grupo, casualmente la mayoría provenía de Córdoba. Nos trasladamos por el lecho de un río seco con algarrobos que crecen a los lados de su cauce; es que eso significa Talampaya: “Río Seco del Tala”, río que canaliza el agua de las lluvias torrenciales del verano. Es un notable monumento natural que se destaca por la grandiosidad de sus farallones rojizos y la variedad de formas fantásticas producidas por la erosión. La guía nos explicó todo y se encargó de mantener siempre un buen clima.

Regresamos después del mediodía y debí apurarme a desarmar la carpa y acomodar mis cosas para salir lo antes posible, aunque sabía que esa noche tendría que acampar en el medio de la nada. Muchos se acercaban con curiosidad y me preguntaban por el viaje en bici, lo que me demoró aún más.

Nuevamente sobre la ruta, Pepita y yo nos enfrentamos a fuertes ráfagas de viento que nos pegaban de frente y no nos permitieron avanzar más de 30 Kms. hasta que empezó a caer la noche. Debía encontrar pronto un lugar refugiado del viento donde acampar, pero mi entorno era una vasta llanura, excepto por una cadena de cerros coloridos sobre el horizonte.

Una vez agotado, mientras quedaba algo de luz en el cielo, intenté detener sin éxito algún camión ó camioneta a dedo. Finalmente encontré un reparo natural entre unas dunas de tierra blanda. Rápidamente armé la carpa y, por razones de seguridad, le quité los reflectores a la bici para evitar ser visto desde la ruta. Luego sólo quería comer algo y dormir, afuera nuevamente hacía mucho frío.

Cociné fideos tirabuzón en caldo de gallina. Cuando el agua lentamente empezaba a hervir, tomé el jarro por la manija para revolverlos y repentinamente volqué todo dentro de la carpa y parte sobre mi pierna. Antes que nada intenté calmarme, sabiendo que por suerte no había ocurrido nada grave. Junté los fideos y sequé el piso de la carpa con la toalla, que quedó teñida de amarillo fluorescente. Comí lo que quedó y me acosté sabiendo que me había quemado la piel con el agua, preferí olvidarme de todo y esperar el nuevo día.

A la mañana siguiente intenté salir lo más temprano posible. El viento aún soplaba en la misma dirección, y así fue por varios kilómetros hasta que finalmente tomé la RP nº 510 e ingresé nuevamente a San Juan. Lo sentí como una bienvenida, un regreso “a casa”, y a la vez un gran alivio, ya que el viento soplaba ahora a mis espaldas, lo que además me permitió alcanzar la mayor velocidad en todo el viaje, aún superior a la máxima permitida. Estaba llegando al Parque Provincial Ischigualasto. Muchos turistas en auto me saludaban al pasar.

Al llegar, antes de abonar la excursión, debí conseguir un lugar libre en algún auto, ya que las mismas se realizan únicamente con vehículos propios, lo cual no fue difícil, ya que muchos ya me habían visto en el camino ó nos habíamos conocido antes en Talampaya.

Fuimos avanzando en caravana y haciendo paradas técnicas en las que todos descendimos de los vehículos y el guía nos explica las características principales de las geoformas presentes y su entorno natural. Iván, guía y guardaparques, reflejó su pasión por lo que hace, sin duda ésta es su vocación.

Al regreso visitamos el centro de interpretación, en el que se explica básicamente el trabajo del paleontólogo, la extraña formación de las rocas en “La Cancha de Bochas”, las características de la fauna y flora del lugar, y curiosas historias sobre algunos fósiles hallados allí.

Comenzaba a anochecer, afuera el viento volvía a soplar fuerte y hacía mucho frío, sin duda preferí quedarme en el complejo. Como en muchas partes, no había señal en mi teléfono celular, pero afortunadamente dentro se ofrecía un servicio de Internet gratis para los visitantes. Aproveché para contactarme con mis viejos y contarles las últimas novedades, ya que habían pasado unos días desde nuestra última comunicación.

A medida que se iban retirando los últimos visitantes del día, ingresaban al edificio todos los guías para descansar. Allí disponen de todas las comodidades de una casa, ya que deben permanecer en el lugar por toda la temporada, y la verdad que la pasan bien y se divierten mucho. Me fui haciendo amigo de todos y miramos una película en el living.

Me ofrecieron dormir en el garaje, donde guardan también un auto, un par de motos y una decena de bicicletas de excursión. Me dieron un colchón sobre el que tendí la bolsa de dormir, y además disponía allí de un par de tomas con las que pude cargar las baterías de la cámara de fotos y cocinar algo con el calentador de líquidos eléctrico. Esa noche descansé muy bien.

Al día siguiente, luego de despedirme de todos, seguí rumbo a San Agustín de Valle Fértil, destino final de mi circuito. Desde allí intentaría regresar a San Juan Ciudad en micro, ya que sólo disponía de una jornada más para la fecha de partida desde la terminal de ómnibus hacia Buenos Aires.

Alcancé mi destino en 5 horas a una velocidad promedio de 20 Km./h. Almorcé algo y luego averigüé en la oficina de turismo sobre los principales atractivos del lugar. A continuación me dirigí a la terminal y me aseguré el ticket de regreso a San Juan para mañana. Sólo existen dos salidas diarias, una a las 14 hs. y la última a las 17 hs., la empresa se llama “Vallecito”.

Me alojé en un hostel, donde descargué las alforjas de la bici y quedó bien liviana para pasear. Disponía de toda la tarde para recorrer el pueblo y sus alrededores. Al salir conocí a dos chicos que salían en bici en la misma dirección, así que me uní a ellos y fuimos a ver lo más destacado. Cruzamos varios vados, visitamos una pequeña capilla y luego paramos a conocer Piedra Pintada, una roca con pinturas rupestres en lo alto de una sierra. Para terminar nos detuvimos en el dique para sacar más fotos.

Facundo, uno de los chicos, me invitó a la casa de su abuela, donde la familia se había reunido para carnear un cerdo; yo sin dudarlo acepté. Allí estaban, 4 mujeres y 4 hombres, y cada uno tenía una tarea asignada. La tía convidaba tortas fritas caseras para acompañar con el mate. Realmente se trata de una ceremonia familiar, que se lleva a cabo desde el viernes a la tarde y finaliza el domingo, una vez que todos los derivados fueron procesados.

El último día, una vez que desalojé la habitación, aproveché antes de irme para lavar la bici sobre la vereda, ya que había quedado muy sucia del día anterior. Luego me despedí de Facu, con quien quedamos amigos, y me dirigí a la terminal para desarmar la bici a tiempo y cargarla sobre el micro, que salía a las dos de la tarde de regreso a San Juan Ciudad.

Sin dudas este viaje además de una gran aventura, me dejó una experiencia única para futuras expediciones. Fueron muchos kilómetros en solitario, con viento en abundancia, recorriendo el desierto sobre la mítica ruta 40 y conociendo en cada pueblo buena gente que regala amabilidad. Ya estoy pensando en un cruce a Chile para el próximo verano, ¿quién se anima a acompañarme?


PS: Debajo copio el link hacia las fotos.

http://picasaweb.google.com/c.revestido/SanJuan?authkey=Gv1sRgCMHVw5eb7oHibQ#

// Biketour San Juan - Invierno 009 (1ra. parte)

Fecha: 10 de Julio de 2009
Total días: 9
Origen: San Juan Ciudad
Destino: Circuito por centro-este de la Prov. de San Juan y sur de La Rioja- Primera parte: San Juan – Jáchal – Villa Unión
Alojamiento: Casa de huéspedes, garaje y camping libre
Vehículo: Bicicleta
Recomendación: Viajar en invierno, abrigarse bien por la mañana y la noche, disfrutar el clima primaveral durante el día. El viento y los cielos diáfanos son habituales en la región. El estado de las rutas es muy bueno, aunque abundan las zonas de badenes. Llevar siempre agua de reserva.

Llegué el viernes 10 de Julio por la mañana a la terminal de ómnibus de San Juan, armé la bici y salí al pedal hacia el Dpto. de Rivadavia (San Juan Oeste), donde me esperaba Maria Eugenia, a quien contacté previamente por Internet para pasar esa primera noche. Hacía frío y un viento arremolinado barría el polvo de las calles.

Maria Eugenia fue muy amable en todo momento, y su casa resultó muy confortable y siempre bien cálida. En la casa de Euge lo conocí a Mariano, quien también llegó en bici, pero desde Ushuaia, recorriendo el país de punta a punta. Decidimos partir juntos al día siguiente hacia las Termas de Talampaya, así que compramos las provisiones necesarias y luego preparamos una cena de despedida en agradecimiento por la camaradería de Euge. Debo mencionar que debí modificar mi itinerario a cambio de viajar en compañía, lo que a fin de cuentas resultó mejor.

Al día siguiente cerca del mediodía, luego de preparar el equipaje sobre las bicis, partimos a bajo ritmo y charlando, y llegamos a Talacasto al anochecer.

Justo antes del desvío hacia las termas, junto a la RN nº 40 existe un pequeño kiosco solitario, atendido por Luis, ex trabajador minero, donde nos proveímos de agua, pan casero y queso. Arriba del carro que ofrece también lomos, hamburguesas y choris, hay una bandera argentina que flamea torciendo el mástil de caña. Detrás, unas casas en ruinas se convirtieron en su nuevo hogar desde hace menos de dos meses. Los mineros y viajeros que pasan por allí están agradecidos, ya que Luis les ofrece agua para que beban, aunque no compren agua mineral.

Acampamos dentro del pequeño centro termal, el cual se encontraba abandonado a causa de la pérdida de temperatura del agua. El lugar no amerita la visita. Los sanjuaninos más supersticiosos dicen que uno se encuentra con el diablo allí, pero más temíamos encontrarnos con el ciruja que suele habitar el lugar.

A la mañana siguiente decidimos separar nuestro rumbos, ya que Mariano deseaba llegar hasta el PN El Leoncito, y yo no disponía del tiempo suficiente si quisiera visitar luego Talampaya e Ischigualasto. Ese día debí recorrer más de 100 Kms. atravesando el desierto, con el fin de llegar al próximo pueblo donde pasar la noche; soplaba el Zonda, que le devolvió el calor del verano a la ruta.

Cerca del anochecer, a 10 Kms. de San José de Jáchal, decidí desviarme por una calle de tierra y acampé en un pequeño barrio, detrás de una casa deshabitada.

A la mañana siguiente me desperté con la sorpresa de haber pinchado la rueda trasera. Luego del desayuno hice la reparación, pero al terminar de montarla en la llanta percibí una pérdida de aire en la válvula y no tenía más cámaras de repuesto; las cámaras con válvula fina son difíciles de conseguir. No quedó otra opción que seguir a pie hasta Jáchal. Por suerte a mitad de camino me crucé con Alejandro, un ciclista de la zona de ocupación zapatero, quien insistió en revisar la rueda y se ofreció a repararla de gauchada para que pueda continuar.

Al llegar a Jáchal decidí alojarme en el Plaza Hotel, donde sería el único huésped, mientras dejé a Pepita (mi bici) en una bicicletería cercana para ampliarle el orificio de la válvula en cada llanta.

Esta ciudad se halla sobre una planicie regada por el río Jáchal, y se accede por el Paso del Portezuelo, entre extensas viñas y olivares. Su aspecto edilicio es una conjunción de antiguos edificios coloniales, muchos de los cuales de adobe, con algunas edificaciones más modernas. En el centro, frente a la plaza central, hay que visitar la Iglesia de Jáchal, en la que se encuentra un curioso Cristo negro con cabello aborigen.

A la mañana siguiente pasé a retirar a Pepita, le cargué nuevamente el equipaje encima y salí cerca del mediodía rumbo a Guandacol, Provincia de La Rioja; hoy me esperaba otro gran tramo. El camino ofrece curvas cerradas, pasos estrechos, un túnel angosto, cuestas que se compensan con buenas pendientes, el dique Los Lisos al oeste, y hermosas vistas de La Ciénaga desde el mirador Cuesta de Huaco, un área protegida con riqueza paisajística y natural, rodeado de cerros y atravesado por el Río Huaco. Allí me detuve en el Centro de Interpretación de este sitio natural, donde Alejandro me recibió y me mostró la “jaula voladora” de aves y el corral de llamas, mientras explicaba las tareas varias que se desarrollan en el lugar.

Seguí hacia el norte rumbo a La Rioja, deteniéndome sólo en el pueblo de Huaco para almorzar y visitar su viejo molino, monumento histórico nacional que data desde 1790 y forma parte de “la Ruta de los Molinos”. Como en todo pueblo, al mediodía no queda nadie en la calle, y visitar el molino tan solitario fue algo especial.

Finalmente crucé a La Rioja mientras caía noche, y me alojé en una casa de huéspedes en la ciudad de Guandacol, donde la Sra. Irma me atendió muy amablemente y por la mañana me preparó un desayuno con tostadas y mermelada casera de durazno.

Restaban unos 45 Kms. hasta Villa Unión, desde donde retornaría hacia el sur, pasando por PN Talampaya y más tarde Ischigualasto, hasta llegar a San Agustín de Valle Fértil.

Llegué exhausto y era hora de comer, así que paré en una heladería, donde disfruté de un exquisito sundae de crema y frutas tropicales, uno de los mejores helados que he probado. Luego ascendí al mirador, ubicado a una cuadra de la plaza central sobre una loma desde la cual se aprecia un bello panorama de cultivos y arboledas enmarcadas al fondo por cerros nevados, entre ellos el Famatina...

(Continuar leyendo la 2º parte.)